Con el torneo en marcha, no son Scottie Scheffler, Bryson DeChambeau ni Rory McIlroy quienes acaparan la atención, sino el propio Oakmont. Famoso por su rough implacable y sus greens increíblemente rápidos, el campo ha generado tanto respeto como temor entre los mejores del circuito.
DeChambeau, campeón del US Open en 2020 y en buena forma tras sus actuaciones en el LIV Golf, reconoció que el campo requiere más estrategia y valentía que la mayoría. Por su parte, el número uno del mundo, Scheffler, destacó lo castigador que es el rough, dejando escaso margen de error para quienes fallan en alcanzar los greens.
Oakmont tiene una historia imponente: este es el décimo US Open que se disputa en sus instalaciones, más que en cualquier otro campo. Según el comisionado de la USGA, Mike Whan, de los 1.385 jugadores que han competido en majors en Oakmont, solo 27 lograron terminar bajo par.
La última vez que se jugó allí un US Open fue en 2016, con la victoria de Dustin Johnson con cuatro bajo par. Leyendas como Jack Nicklaus y Ben Hogan han triunfado en Oakmont, mientras que otros, como McIlroy, siguen luchando. El norirlandés, número dos del mundo, recientemente firmó una tarjeta de 81 golpes en una ronda de práctica y arrastra problemas con el driver desde el Campeonato de la PGA.
El torneo de este año reúne a una mezcla de juventud y experiencia, desde el joven de 17 años Mason Howell hasta el veterano Phil Mickelson, de 54, quien podría estar disputando su último US Open. El amateur Matt Vogt, ex caddie en Oakmont y hoy dentista, describió su clasificación como un sueño hecho realidad.
A medida que avanza el campeonato, jugadores como Jon Rahm —quien fue el mejor amateur en Oakmont en 2016— reconocen que las condiciones brutales del campo representan la prueba definitiva de habilidad y resistencia. Sin un nuevo ganador de un major desde 2023, el título está completamente abierto, pero lo cierto es que este año, Oakmont es el rival a vencer.
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