Considerado por muchos como uno de los mejores jugadores de baloncesto de todos los tiempos, LeBron dedicó años a construir una reputación como líder y defensor de los atletas. Sin embargo, en los últimos años parece haber sacrificado buena parte de esa imagen en favor de campañas publicitarias y movimientos destinados a generar atención. El punto culminante llegó la semana pasada con una maniobra de marketing que muchos calificaron de cínica y que decepcionó a sus seguidores.
La imagen de LeBron llorando en la cancha tras la victoria en el Juego 7 de las Finales de la NBA de 2016 contra los Golden State Warriors sigue siendo uno de los momentos más emotivos del deporte moderno: el sueño americano hecho realidad, un niño nacido en la pobreza que superó todos los obstáculos para llevar a su equipo natal al primer campeonato de su historia.
Ese momento hizo que incluso sus críticos lo respetaran, no solo por su talento en la cancha, sino también por su valentía social y su disposición a desafiar los dobles estándares. Odiar a LeBron decía más sobre el crítico que sobre el propio “King James”. Sin embargo, esta semana incluso sus admiradores más fieles se sintieron defraudados.
Su tan promocionado “Second Decision” fue anunciado como un gran acontecimiento. Los aficionados y los medios especularon que podría tratarse de su retiro o del anuncio de su última temporada. Los boletos para los partidos de los Los Angeles Lakers se dispararon, y el mundo del baloncesto se preparó para una noticia cargada de emoción.
Pero, en lugar de eso, la “gran revelación” resultó ser… un anuncio del coñac Hennessy.
“La decisión está tomada. Brindemos por el año 23”,
decía la campaña en redes sociales.
La reacción fue inmediata y negativa: los aficionados acusaron a LeBron de manipular las expectativas del público con fines comerciales, transformando la emoción y la nostalgia en una estrategia de mercadotecnia.
Sin embargo, el problema va más allá de un simple error de juicio. En los últimos años, LeBron parece más concentrado en ampliar su imperio empresarial que en proteger su legado como deportista y activista. El mismo hombre que fundó una escuela en su ciudad natal y que se alzó como voz contra la injusticia racial ahora parece más enfocado en la autopromoción.
Tras reconstruir su imagen luego de la polémica del “The Decision” en 2010, LeBron alcanzó nuevas alturas al darle a Cleveland un título histórico y consolidarse como una voz respetada fuera del baloncesto, siendo comparado con Muhammad Ali y Kareem Abdul-Jabbar por su activismo y liderazgo.
Hoy, esa imagen comienza a desvanecerse. Los críticos lo acusan de haberse convertido en un narcisista obsesionado con mantenerse relevante, temeroso del paso del tiempo y alejado de la autenticidad que alguna vez lo definió. Desde disputas públicas hasta decisiones polémicas —como asegurar un lugar para su hijo en los Lakers—, sus acciones recientes han generado desconfianza.
Su presencia en las redes sociales, antes centrada en la inspiración y el compromiso social, ahora está dominada por patrocinios y promociones de productos. Su aparente miedo a volverse irrelevante parece superar la seguridad de un hombre con cuatro anillos de la NBA, más de mil millones de dólares en patrimonio, y un legado ya asegurado en la historia del baloncesto.
Al final, la historia de LeBron James sigue siendo una de triunfo: un niño de Akron que desafió todas las probabilidades y cambió el juego para siempre. Pero mientras su carrera se acerca al final, queda una pregunta abierta: ¿será recordado como un símbolo de grandeza y activismo, o como una leyenda que no supo dejar de vender su propia imagen?
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